¿Y tú…qué aprendiste en la calle?

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Cuando era niño me gustaba mucho pasar tiempo en la calle. Recuerdo que después de la escuela, comer, hacer mi tarea escolar o las que se inventaba mi mamá con tal de tenerme quieto un rato, la recompensa era salir a sentarme frente a una banqueta alta que estaba frente a mi casa. No pasaban más que unos minutos para que mi hermano u otros niños de mi edad o un poco más chicos vinieran también; ahí pasábamos un rato platicando y riendo por cualquier cosa hasta que de pronto éramos los suficientes como para jugar algo más organizado.

Había juegos que cada año se repetían, tenían un ciclo que duraba tanto como nuestra emoción nos lo permitía. Así había “el tiempo” de los trompos, de las pichas, del yoyo, de los tazos, del intercambio de calcamonías para los álbumes, o bien del montón de posibilidades que se podían jugar con un balón o pelota, empezando por “los quemados”, “los huevitos”, pelotazos, béisbol o futbeis, metegol, penales, dominadas, mandar centros, “el torito” o simplemente echar una cascarita. Además, en la cuadra donde crecí no entraban muchos carros debido a un zanjón que impedía el paso, así que era el punto de encuentro de muchos niños del barrio que, sumados a los muchos que vivíamos ahí (¡como quince chiquillos!), se hacía una especie de patio de escuela con recreos interminables.

Recuerdo que cualquier juego era suficiente para divertirnos como si fuera el último día de nuestra vida, porque lamentábamos cuando la mamá de alguno lo llamaba a gritos desde su casa para decirle que ya era tiempo de meterse, porque empezando una, seguían las demás y el juego terminaba pronto. En el caso de mi hermano y mío nos metíamos a prepararnos para el baño y cenar para luego caer dormidos como tabla después de tanta diversión.

Pero a la calle no salíamos nada más a jugar, era un barrio tan tranquilo que los niños, desde muy pequeños salíamos a la tienda de abarrotes, panadería, a la tortillería o a cumplir con cualquier otro mandado con total tranquilidad. Incluso a mis 11 o 12 años ya iba solo en camión al centro de la ciudad, ya fuera a comprar algo que mi mamá necesitara del mercado, o bien los domingos por las tardes en compañía de mis mejores amigos a los videojuegos o “maquinitas” que aún están en la plaza principal. Claro que también hacíamos alguna que otra vagancia, como aquella vez que me mandaron temprano a traer tortillas para hacer sopes y yo llegué muy tarde porque me dejé llevar por un gentío que estaba esperando a dos luchadores (Atlantis y “El perro” Aguayo) que estaban dando show y firmando camisetas desde el techo de una famosa tienda de ropa. Fue una de las regañadas más célebres que me dieron mis papás.

Pero ante todo, lo más importante y a donde intento llegar es que la calle era fuente de aprendizaje. Ahí aprendías a relacionarte con otros niños, aprendías a convivir sin la presencia de adultos…o con su presencia, pero a la distancia, mejor dicho, porque si uno de ellos te veía haciendo algo indebido te llamaba la atención y tú obedecías, sin importar que no fuera tu padre o un familiar tuyo, porque había respeto por los mayores. Y los padres no se molestaban porque sabían nuestros alcances y entendían que era mejor que todos estuvieran al pendiente y ante una queja de un vecino ni siquiera necesitaban pruebas porque confiaban en la palabra del otro. Y qué decir del aprendizaje entre iguales y no solo en el juego, sino en cuestión de actitudes y valores, porque a pesar de que había pleitos, burlas y provocaciones, siempre había el niño o niños que pensaban con más claridad e impedían los problemas…cuando me tocó ser de los mayores del barrio, más de una vez me tocó evitar peleas entre amigos, desanimar vagancias que rebasan un límite o aconsejar a los más pequeños en su comportamiento.

También aprendías a cuidarte solo, a hablar con las personas según su edad, a no confiar en desconocidos, a caminar por las banquetas, a cruzar las calles, incluso a cuidarte de los perros que, hoy nos causa gracia, pero que en más de una ocasión seguramente nos pegaron una buena corretiza. Eso y mucho, pero mucho más se aprendía en la calle.

Pero…¿y los niños de hoy, aprenden de la calle?…¿tienen posibilidades de estar en ella, o siquiera les atrae la posibilidad de salir a la calle?, ¿es solo culpa de la pandemia?…¿acaso pueden las pantallas sustituir todo lo que se vivía y aprendía en las calles?


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