Mi amigo Joseph

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Hace unos días hice un nuevo amigo, su nombre es Joseph Desir y tenemos varias cosas en común. Es un año menor que yo, a los dos nos gusta el futbol, Nayarit nos parece maravilloso y lo más curioso: su primer hijo nació apenas un día después que mi hija.

Joseph nació en Puerto Príncipe, la capital de Haití.  Es el séptimo de nueve hijos que tuvieron sus padres Whisky Desir y Teliz Flee. El hecho de crecer en el país más pobre de América y vivir en una familia numerosa le significó muchos sacrificios en su infancia. Recuerda que era frecuente que el trabajo de su papá escaseara, por lo que pasaba tiempo sin comer. A pesar de todo fue a la escuela y le gustaba mucho, eso y el futbol que jugaba descalzo y con balones casi desechos eran su mayor diversión.

Cuando Joseph creció tuvo que trabajar, por lo que ir a la escuela se volvió muy difícil, pero, aun así, continúo. La primera vez que conoció una computadora quedó encantado, el mundo que surgía del monitor le pareció fascinante, una especie de escape para la realidad que vivía, así que buscó estudiar una carrera relacionada con ese mundo. Por desgracia, en el 2014, cuando le faltaba un año para terminar una carrera en informática tuvo que abandonar la escuela por motivos económicos. Desde entonces ha intentado concluir sus estudios y aunque no le ha sido posible continuar su sueño, todavía cree que algún día lo lograra.

Ahora vive en un pequeño cuarto en la ciudad de Tepic, junto a su esposa Rouseline, sus hijos Jacob de tres años y su hija Nailim de siete meses. Llegaron el 19 de diciembre de 2021, a las 11:00pm, lo tiene grabado en la mente. Salió de Haití huyendo de la violencia y miseria; lo hizo con un préstamo bancario de dos mil dólares que deberá pagar en un año al 10% de interés. El dinero que le prestaron ya lo gastó en su larga travesía que inició con un vuelo desde su isla al país de Guatemala. Luego se trasladó por carretera hasta México donde recibió ayuda en la gestión de un permiso del Instituto Nacional de Migración para residir un año en el país, es un documento renovable y siempre lleva consigo la credencial de identificación. Con el compromiso de abonar a su crédito quiso trabajar primero en Chiapas, pero no lo consiguió, así que después se trasladó con apoyo económico a Morelia, Michoacán; tampoco consiguió empleo. Para su buena suerte un primo que había salido de Haití meses antes se comunicó con él para decirle que había conseguido trabajo en Nayarit y lo invitó a venirse. Cuando Joseph llegó al estado consiguió emplearse en una granja de pollos de Santa María del Oro, pero solamente estuvo ahí un mes porque el dinero no le alcanzaba para la renta, comida y sobre todo transporte.

Yo conocí a Joseph una tarde, en el estacionamiento de un supermercado. Primero lo vi acomodar carritos de mandado. Luego lo miré ayudar a las personas a conseguir taxi y cargar sus bolsas a cambio de unas monedas. Me acerqué a él para conversar unos minutos y lo primero que me llamó la atención fue ese peculiar acento al hablar español y no el creol, su lengua nativa, pero tuvimos que dejar pendiente nuestra plática porque yo necesitaba entrar a la tienda. Cuando salí vi que ya se despedía de los taxistas y que entre todos se cooperaban para darle unas monedas más. Luego me acerqué y le invité una comida en el restaurante de al lado. Estuvimos platicando de todo, primero del partido de futbol que se transmitía en la televisión, me dijo que desde que llegó a México era la primera vez que veía un juego. Con más confianza me explicó que la inestabilidad política y violencia que se vive en Haití es enorme, esa isla que además es azotada por huracanes, vive una ola delictiva en las calles que provocó el asesinato del presidente en julio de 2021. Por si eso fuera poco, justo un mes después ocurrió un sismo que devastó la isla, así que, apenas nació su hija Nailim dejaron familia y lo poco que tenían y con mucho esfuerzo emprendieron su viaje, su escape.

Hoy Joseph está contento de vivir en Tepic, me dijo que se siente seguro y sobre todo muy agradecido con los nayaritas, lo dijo varias veces. Me contó que, en su casa (su cuarto, mejor dicho) no tiene muebles, solo un colchón y una parrilla que le regaló un vecino, donde Rouseline cocina tortilla con huevo. Le gustaría que el tiempo que esté aquí sus hijos pudieran encontrar una escuela, así su mujer podría trabajar y liquidarían antes el préstamo bancario del cual solo han abonado 900 dólares. Joseph es muy amigable y al verlo sin cubreboca es muy sonriente, cuando conversamos la única vez que su voz se entrecortó fue al recordar a sus padres y hermanos, que están en Haití, sueña con estar con ellos, anhela que su país supere sus problemas para volver y comer de nuevo arroz con habichuelas.

Desde que conocí a Joseph lo he visto un par de veces más, igual de platicador, respetuoso y amigable. Yo no sé qué pase con él y su familia, pero desearía que los nayaritas siguiéramos siendo empáticos con ellos, todos los haitianos, que recordemos que la tolerancia, solidaridad y respeto que pedimos para nosotros y para nuestros familiares que por diferentes razones viven en otros países, es lo mejor que podemos ofrecer.


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